Sobre los condones: cómo una barrera física puede ser también un barrera emocional
Me encantan los condones por muchas razones
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Me encantaba el sexo pero odiaba la intimidad, así fue durante mucho tiempo.
Por muchas razones, mi método anticonceptivo preferido ha sido siempre el condón. Son fáciles de encontrar, te los dan gratis en la cafetería que me gusta de Market Street, son super eficaces ¡y vienen en colores de neón! Además, mi novio actual me contó que existe una nueva variedad que él llama “el tipo que adormece el pene”; que tiene un poco de gel adormecedor en la punta para cuando desea tener relaciones sexuales durante más tiempo del habitual.
Pero si tuviera que hablar con franqueza, tendría que decir que los condones me gustaron durante gran parte de mi vida porque me gustaba esa pequeña distancia—aunque fuera de menos de un milímetro de grosor—entre mis amantes y yo. Para entender por qué aquella distancia tenía importancia para mí, tengo que remontarme a mi historia. Parece raro y un poco inapropiado decir que el método anticonceptivo que elegí tiene que ver con la relación que mantengo con mi familia, pero ¿no es ese siempre el caso?
Crecí en un hogar disfuncional, lleno de personas que me querían mucho pero que eran inconsecuentes y se comportaban como si fueran niños, más de lo que yo pude llegar a ser. No confiaba en ellos. No recuerdo ningún momento de mi niñez en el que me sintiera a salvo.
Cuando creces en un hogar así, no sabes cómo ser vulnerable. En lugar de aprender a confiar en mí, aprendí a establecer reglas realmente estrictas para mantenerme a salvo. Esas reglas evitaban que me lastimaran, pero también me impedían relacionarme más estrechamente con otras personas. Me resultaba difícil relacionarme con los demás, especialmente con mis parejas sentimentales. Ponía muros.
Es difícil mantener esos muros durante el sexo porque es algo muy íntimo. Estás oliendo el aliento de alguien y saboreando su saliva. Le ves desnudarse, dejas que te toque, le ves de una forma que muy poca gente le verá jamás, le escuchas hacer sonidos que ni siquiera sus amigos cercanos oirán jamás. Y lo mismo contigo, tus parejas también te ven así. Cuando tengo relaciones sexuales, una parte del cuerpo de otra persona está dentro de mí. La experiencia puede ser abrumadora desde el punto de vista emocional, y durante esos momentos mi temor aumentaba y me asqueaba la idea de estar tan cerca de alguien.
El asco, lo descubriría más tarde, fue una forma que aprendí para controlar mi miedo a sentirme cerca de mis parejas. Era como una cortina de humo, una emoción simulada que pretendía evitar que sintiera el dolor de mi infancia. Confiaba en los condones para lograr ese poco de espacio—la mínima distancia—que me hacía sentir a salvo cuando tenía miedo de acercarme demasiado.
El condón era como un talismán al que podía aferrarme para mantener la distancia, aun cuando estuviéramos saliendo, aun cuando nos hubiéramos dicho “te amo”, aun cuando hubiera conocido a sus padres.
A medida que pasaba el tiempo y la relación se hacía más estable, me preguntaban si consideraría la posibilidad de utilizar un método sin barrera. Yo fingía que podía hacerlo, lo comentaba a medias con la ginecóloga cuando iba a la consulta, le decía a mi pareja que, por una razón u otra, no me gustaba lo que tenía a mi disposición. Luego volvíamos a lo que me parecía seguro.
Ha pasado ya un tiempo. He dejado de hablar con las personas de mi familia que me hacían daño y, por primera vez en mi vida, puedo confiar en mi pareja. Ahora tengo una relación con alguien en quien confío y a quien amo profundamente. Tenemos más vida sexual de la que jamás he tenido en mi vida, y lo hacemos por mucho más que por placer. Tenemos relaciones sexuales para sentirnos cerca. Me doy cuenta de que ahora deseo todas las cosas que había temido antes. Seguimos usando condones, pero ya no los necesito para sentirme segura (puedo hacerlo sin ellos). Sólo los necesito para no tener un bebé.
No creo que mi deseo de utilizar condones por motivos emocionales tuviera nada de malo. Yo no creo que haya una forma incorrecta de cuidarse. La gente tiene los límites que tiene por una buena razón, y no creo que haya nada malo en ninguno de ellos. Son muchas las razones por las que la mayoría de las personas utiliza el método que utiliza, y a veces esas razones tienen poco que ver con las estadísticas o la eficacia. Me encantan los condones porque me dieron seguridad—tanto emocional como físicamente—cuando la necesité.
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